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Palabras Islamicas

Es relatado que Muhammad b. Sîrîn dijo,

 

“Solían considerarse en el camino [recto] mientras ellos siguieran al-athar (la guía de la Sunnah y los Salaf como transmitieron en las narraciones).”

Al-Lâlakâ`î, Sharh Usûl I’tiqâd Ahl Al-Sunnah wa Al-Jamâ’ah

Apprender El Islam

 

 NuevoMusulman.com

 

 

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Libro de la Revelación 1

 Abû Sufyân bin Harb contó que Heraclio lo mandó llamar mientras él acompañaba una caravana de Quraysh. Eran mercaderes haciendo negocios en las tierras de Shâm , en la época cuando el Mensajero de Dios (B y P) hizo una tregua con Abû Sufyân y los in- crédulos de Quraysh. Abû Sufyân y su gente se encontraron con Heraclio en Jerusalén . Heraclio los llamó a su corte en presencia de los mayores dignatarios bizantinos; luego pidió la presencia de su intérprete, el cuál tradujo la pregunta de Hera- clio así: ‘¿Quién de vosotros tiene el parentesco más cercano con el hombre que se declara profe- ta?’ Abû Sufyân dijo: ‘Yo soy su pariente más cer- cano (de entre los presentes)’. Heraclio dijo: ‘Que se acerque a mí y que sus compañeros se paren cerca y detrás de él’. Abû Sufyân añadió: ‘Hera-clio dijo a su intérprete que diga a mis compañe- ros que él deseaba interrogarme acerca de aquel hombre (el Profeta) y que si mentía ellos debían corregirme. ¡Por Dios! Si no fuese el temor a que mis compañeros me tachen de mentiroso, hubie- se mentido acerca de Muhammad (B y P). La pri- mera pregunta que me hizo sobre él fue: ‘¿Cómo consideráis su origen?’ Yo respondí: ‘Es de bue- na familia’. Luego me preguntó: ‘¿Alguien ha re- clamado algo así antes (La Profecía)?’ Respondí: ‘No’. Heraclio preguntó: ‘¿Le siguen los nobles o los humildes?. Le respondí: ‘Le siguen los humil- des’. Dijo: ‘¿Y estos aumentan o disminuyen?’ Res- pondí: ‘Aumentan’ Luego preguntó: ‘¿Alguno de sus seguidores le ha abandonado y ha renunciado a su religión por descontento de la misma?’ Res- pondí: ‘No’. Dijo: ‘¿Lo habéis acusado de mentir antes de su reclamo (de la profecía)?’ Respondí: ‘No’ Dijo: ‘Ha traicionado alguna vez su palabra?’ Respondí ‘No. Hicimos una tregua con él pero no se qué hará en ese tiempo’. No encontré opor- tunidad de decir algo en contra de Muhammad (B y P) excepto eso. Heraclio preguntó: ‘¿Le ha- béis combatido?’ Dije: ‘Si’. Dijo: ‘¿Y cómo habéis salido del combate?’ Dije: ‘Ha sido una guerra pa- reja; a veces triunfa él y a veces vosotros’. Dijo: ‘¿Y qué os prescribe?’ Respondí: ‘Dice: Adorad sólo a Dios; no le atribuyáis copartícipes y dejad de ado- rar lo que adoraban vuestros padres. Y nos reco- mienda la oración, la sinceridad, la castidad y el buen trato a los parientes’. Entonces dijo al intér- prete: ‘Dile: Te pregunté por su origen y me dijis- te que era noble entre vosotros. Así también, los Enviados surgen entre los nobles de su pueblo. Te pregunté si alguien había reclamado lo mismo que él antes y me dijiste que no. Si hubieras res- pondido que sí habría pensado que no hace más que seguir el reclamo de alguien más. Te pregun- té si hubo entre sus ancestros algún rey y dijiste que no. Si hubieses dicho que sí habría pensado que es un hombre buscando recuperar el reino de sus ancestros. Te pregunté si lo habíais acusado de mentir antes de reclamar la profecía y dijiste que no; así es que no pregunto cómo un hombre que no miente sobre otros hombres mentiría so- bre Dios.
Luego te pregunté si le siguen los ricos o los pobres; me dijiste que eran los pobres y, de he- cho, éstos son los que siempre siguen a los En-viados. Luego te pregunté si sus seguidores van en aumento; me dijiste que sí. Así sucede con la verdadera fe hasta que se completa. Te pregunté si alguno de sus seguidores reniega descontento de su religión y dijiste que no. Pues así es con la fe cuando sus deleites invaden los corazones. Te pregunté si es que traiciona y me dijiste que no, pues tampoco los Enviados traicionan. Luego te pregunté qué os prescribe y me dijiste que os or- dena que adoréis sólo a Dios y que no le atribu- yáis copartícipes, que os prohibe adorar ídolos y que os ordena practicar la oración, la sinceridad y la castidad. Si es verdad lo que dices pues pronto ocupará este lugar. Sabía que vendría, pero nun- ca pensé que surgiría entre vosotros. Si estuviese seguro de tener que encontrarlo me apresuraría a hacerlo y si lo encontrase lavaría sus pies’. Luego pidió la carta del Mensajero de Dios (B y P), que Dihya había entregado al Gobernador de Busra y éste a su vez entregó al Emperador para que la lea. Heraclio la leyó y contenía lo siguiente: «En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso. De Muhammad, hijo de ‘Abdullah y Enviado de Dios; a Heraclio, Gobernante de los bizantinos: La Paz sea con que sigue la guía. Dicho esto: Te invito al mensaje del Islam. Si te haces musulmán serás salvo y Dios te duplicará la recompensa. Y si re- chazas la invitación al Islam, cargarás con el pe- cado de tus súbditos. Di: ‘¡Gente de la Escritura! Convengamos en una fórmula aceptable a no- sotros y a vosotros, según la cual no serviremos sino a Dios, no le asociaremos nada y no toma- remos a nadie de entre nosotros como Señor fue- ra de Dios’. Y, si vuelven la espalda, decid: ‘¡Sed testigos de nuestra sumisión!’ (3:64)»’.
Abû Sufyân añadió luego: ‘Cuando terminó de leer la carta hubo gran tumulto y voces en la corte y se nos ordenó retirarnos. Luego dije a mis com- pañeros: ‘El asunto del hijo de Abi Kabsha , se ha hecho prominente. Hasta el Emperador de los bizantinos le teme’. De allí en adelante supe que triunfaría hasta que Dios introdujo el Islam en mi corazón.
Ibn Al-Natûr era gobernador de Jerusalén y Heraclio era el Gobernante de los cristianos de Shâm. Ibn Al-Natûr relató que, en cierta oca- sión, cuando Heraclio visitaba Jerusalén, amane-ció bastante deprimido. Algunos de los obispos le preguntaron el porqué de su depresión. Heraclio era un vidente y astrólogo; respondió: ‘Cuando observé las estrellas anoche vi que los que prac- tican la circuncisión habían triunfado’ y pregun- tó: ‘¿Quiénes practican la circuncisión?’ La gente le dijo: ‘Nadie practica la circuncisión excepto los judíos y no debes preocuparte de ellos; ¡Emite una orden para que se mate a todos los judíos presen- tes en el país!’ Mientras discutían estos temas, se presentó ante Heraclio un enviado del soberano de Gassân para informarle sobre el Mensajero de Dios (B y P). Sabiendo esto, Heraclio mandó que se constate si (el enviado) era circuncidado. La gente constató que sí había sido circuncida- do e informó a Heraclio. Este le preguntó enton- ces sobre los árabes. El enviado respondió: ‘Ellos practican la circuncisión’. Entonces, Heraclio dijo: ‘Apareció el soberano de esta nación’. Heraclio es cribió entonces a un conocido suyo en Roma que era un sabio.
Luego partió hacia Hims (Ciudad en Siria). No pasó mucho tiempo allí hasta que le llegó la respuesta de su amigo en Roma que coincidía con él en la aparición del Profeta (B y P) y en su vera- cidad en la profecía. Heraclio reunió entonces a los dignatarios bizantinos en su palacio de Hims. Cuando se reunieron, mandó que se cierren todas la puertas del palacio y, levantándose, dijo: ‘¡Oh bizantinos! Si deseáis el éxito, buscáis la guía co- rrecta y queréis que vuestro imperio perdure: Ju- rad fidelidad a este Profeta’. La gente corrió hacia las puestas con la desesperación de los asnos des- pavoridos, pero éstas estaban cerradas. Heraclio constató el odio que tenían al Islam y perdió toda esperanza de que lo acepten; entonces dijo: ‘Ha- cedles volver a mí’ y dijo: ‘Mis palabras eran una simple prueba para constatar vuestra firmeza en el cristianismo. Y lo he constatado’. Esto les agra- dó y se prosternaron ante él. Y así llegamos al fi- nal de la historia de Heraclio (en relación a la fe).

 

 

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